No es una casualidad que el ajo sea una planta autóctona de Asia central, el área del mundo donde la gente vive más tiempo, y dónde los niveles de personas con cáncer son los más bajos. Como curisosidad histórica los antiguos egipcios incluían el ajo en la dieta de los esclavos que construyeron las pirámides.
Tradicionalmente se le atribuyen al ajo muchas propiedades beneficiosas para la salud, y la mayoría de ellas han sido corroboradas científicamente.
Toda la planta del ajo, pero especialmente el bulbo, contiene aliina A (un glucósido sulfurado), enzima (allinasa), vitaminas A, B1, B2, C y niacina (una vitamina del complejo B). La aliina no huele por sí misma, sino por la acción de allinasa, que se libera y actúa cuando el ajo es aplastado.
La aliina y otros compuestos del ajo son sustancias muy inestables, que se funden con bastante facilidad en líquidos y gases. Cuando se transporta por la sangre, se infunden en los tejidos y órganos del cuerpo, actuando así en todo el cuerpo, aunque con más persistencia en los órganos a través del cual se eliminan: los bronquios, los pulmones, los riñones y la piel.
En dosis altas, el ajo produce una disminución de la presión arterial, la más alta y la más baja. Tiene efectos vasodilatadores y es recomendable para personas que sufren de hipertensión, arteriosclerosis, y disfunciones del corazón (angina de pecho o ataques al corazón).
Otra de las propiedades del ajo es que ayuda como anticoagulante de las plaquetas, es fibrinolítico. Estas propiedades del ajo lo hacen muy recomendable para personas que sufren de trombosis, embolias o accidentes vasculares debido a la falta de flujo sanguíneo.
Una propiedad muy interesante del ajo es que disminuye el nivel de colesterol LDL (colesterol malo) en la sangre, porque hace que su absorción por el intestino sea más difícil. Se ha demostrado que en las próximas horas un desayuno de pan tostado con mantequilla, el nivel de colesterol aumenta un 20%, sin embargo, cuando el pan se frota con ajo, incluso si tiene la mantequilla, este aumento no tiene lugar.
Ya que normaliza los niveles de azúcar en la sangre, es una necesidad para las personas que sufren de diabetes y la obesidad.
El ajo es antibiótico y antiséptico. Está comprobado que es eficaz contra los siguientes microorganismos:
- Escherichia coli, que causa disbacteriosis intestinales e infecciones urinarias.
- Salmonella typhi, que causa la fiebre tifoidea, y otras del género Salmonella que causan graves afecciones intestinales.
- La disentería por Shigella.
- Estafilococos y estreptococos, que causan forúnculos (manchas infectadas) y otras infecciones de la piel.
- Diversos tipos de hongos, levaduras y algunos virus como el herpes. Los principios activos del ajo se suponen que interactúan con los ácidos nucleicos del virus, limitando así su proliferación.
- En la diarrea, gastroenteritis y colitis.
- En la salmonelosis (infecciones intestinales por lo general causada por alimentos en mal estado).
- En desequilibrio bacteriano intestinal (alteración del equilibrio microbiano del intestino) a menudo causada por el uso de antibióticos.
- En la dispepsia fermentativa, que causa flatulencia en el colon.
- En las infecciones urinarias (cistitis y pielonefritis), a menudo causada por Escherichia Esterichia.
- En diversas afecciones bronquiales (bronquitis aguda y crónica). También es un expectorante y antiasmático.
El ajo estimula la actividad de las células defensivas del cuerpo. Estas células nos protegen de los microorganismos y además son capaces de destruir las células cancerosas, al menos en las fases iniciales de la formación de tumores. El ajo es utilizado con cierto éxito como un complemento en el tratamiento del SIDA.
También es activo contra ascárides y oxyuridae (pequeños gusanos blancos que provoca picazón anal en los niños). Los tipos más frecuentes de los parásitos intestinales.
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